domingo, 7 de diciembre de 2008

El país del silencio y la oscuridad


El 16 de mayo de 1828, lunes de Pentecostés, todos los alemanes de Nürenberg estaban en la calle celebrando el Ausflug anual, una fiesta en la que ni un solo vecino se quedaba en su casa: pobres y ricos poblaban las empedradas arterias de la ciudad. Todo era cantos y griterío, la cerveza se consumía sin cesar. Los primeros que vieron al extraño visitante que acababa de llegar creyeron que todo era producto de la incipiente borrachera. De pronto, en la plaza Unschlitt, como salido de la nada, había aparecido un sujeto encorvado y de mirada turbia, con la mandíbula colgante y aspecto simiesco. Los dedos de sus pies asomaban sangrantes de sus botas rotas. En su temblorosa mano derecha apretaba una carta. Hubo gritos de espanto. Los más precavidos corrieron a llamar a las autoridades.
Si bien el hombre no parecía correr el menor peligro, resultaba una figura extraña para los vecinos del lugar. Un zapatero, algo más benevolente, ofreció cerveza y jamón a esa infeliz criatura que por su aspecto se parecía a un grotesco y golpeado espantapájaro. El insólito forastero llevó la jarra a su boca, bebió un largo trago y vomitó no bien la cerveza había llegado a su estómago. El zapatero insistió, en este caso le ofreció pan y leche. Esta vez dio en la tecla, porque la misteriosa criatura comió y bebió sin problemas.
Cuando llegaron el alcalde y el oficial de guardia, ya el hombre parecía algo más tranquilo.
Lo acosaron a preguntas, pero de inmediato descubrieron que no podía pronunciar su nombre, aunque sí escribirlo en un papel: Kaspar Houser, escribió y ésa fue la primera de las muchas sorpresas que provocaría el enigmático Kaspar Houser. Aquella vez únicamente escribió su nombre, fuera de eso, apenas respondía "no sé" a las preguntas, y llamaba "muchacho" a cualquier persona y "caballo" a todos los animales.
La carta, sin firmar y dirigida a un capitán de caballería, informaba que Kaspar era huérfano, tenía 16 años y quería ser jinete militar.

Así empieza un enigma fascinante que atrajo por igual a escritores, historiadores y filósofos, como Verlaine, Wasserman y Peter Hanken.
Aristóteles dijo: «La palabra es un lujo sin el cual la vida es posible».
La dificultad para Kaspar en sintonizar emociones y palabras.
Si, a veces cito a otros, es por la dificultad de encontar las palabras que van unidas a las emociones. Y, de pronto, decubro que otros me hicieron el trabajo y pusieron palabras a mis pensamientos mucho antes que yo.
PD: Lleva todo el día lloviendo, estoy bien, hablamos pronto.

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